La Aversión
Como os indiqué en la entrada anterior, esta semana vamos a comenzar a tratar los desafíos habituales de la práctica del Mindfulness.
El primer desafío al que nos enfrentamos, generalmente, es el de la aversión a la experimentación del malestar físico. Que se genera cuando tenemos que adoptar una postura totalmente estática durante un periodo de tiempo que, al principio, se nos antoja especialmente largo.
Irritación, juicios (normalmente negativos sobre cómo estamos llevando a cabo la práctica), deseos de liberarse del malestar físico que estamos sintiendo, etc., son experiencias frecuentes. También podemos sentir confusión, dudas y decepción con la práctica debido a las suposiciones y expectativas previas (casi siempre erróneas) sobre la agradable y maravillosa experiencia que debería habernos acompañado durante la práctica de la meditación.
El Mindfulness no produce un cambio en la propia experiencia sino, más bien, en la creación de una relación distinta con ella. Este cambio suele producir un espacio para las vivencias difíciles, lo que puede ayudarnos a descubrir que lo que resulta doloroso, a veces, no es la sensación o el sentimiento en sí mismo sino, más bien, la aversión al dolor o el intento de controlar la propia experiencia.
No se trata de que nos castiguemos a nosotros mismos sentándonos con el dolor; se trata de acoger con amabilidad el dolor y la lucha, de hacerles espacio de manera que tengamos una cierta libertad y podamos cambiar nuestra relación con ellos de modo que el sufrimiento pueda ser parcial o totalmente aliviado. Nuestra práctica requiere que nos aproximemos al momento presente y que lo investiguemos sin alejarnos ni evadirnos de él. Debemos aprender, en suma, a meditar asumiendo todas las modalidades del rechazo.
El Deseo
También es fácil que nos enfrentemos al desafío del deseo, que suele presentarse bajo la apariencia de una búsqueda de paz y relajación. Una creencia común que solemos tener cuando nos enfrentamos con la práctica de Mindfulness es que pensamos que hacer una “buena” práctica meditativa es sinónimo de alcanzar en todo momento una concentración profunda y experimentar unos sentimientos maravillosos. Si no lo logramos, es frecuente pensar que estamos realizando una “mala” práctica.
A veces, podemos sentir paz, relajación y experimentar esas sensaciones agradables pero justo en ese momento, debemos recordar que ése no es sino “otro” estado de la mente que tenemos que percibir y que es tan válido como cualquier otro estado que podamos experimentar durante la práctica; es decir, debemos ser conscientes de lo que está teniendo lugar en el momento presente (tanto si las sensaciones que experimentamos son positivas como si son negativas) sin juzgarlo. Estamos practicando el hacernos conscientes de todo, de todo tipo de estados, agradables y desagradables, para llegar a conocer nuestra mente y tratar todos esos estados con el mismo interés, curiosidad y apertura.
Así pues, es fácil comprobar cómo el deseo interfiere en nuestra capacidad de abrirnos a las cosas tal como son, de un modo libre y gozoso. Coarta nuestra habilidad para entregarnos profundamente a la verdad y para relacionarnos de manera directa e inteligente con lo que está presente.
La Duda
Comenzaremos por la duda. Tal vez es el más difícil de trabajar ya que cuando caemos bajo su influjo, nuestra práctica se debilita hasta llegar a estancarse por completo. Son varios los tipos de duda que pueden asaltarnos: dudas sobre nuestra propia capacidad, dudas sobre nuestros referentes en la meditación o dudas sobre los beneficios de la práctica: “¿Esto realmente funciona? Cuándo me siento a meditar todo lo que sucede es que me duele la espalda. ¿Sabrá mi maestro de lo que está hablando? La meditación es muy dura, quizás debería probar con la bachata…” Cuando nos atrapa la duda, nos quedamos paralizados.
La Somnolencia
La somnolencia es otra experiencia que surge con frecuencia las primeras veces. Puede ser, simplemente, la respuesta natural del cuerpo al hecho de tranquilizarse y tomarse un respiro en medio de la marcha frenética de nuestras vidas. Sin embargo, si el sopor y la somnolencia se dan repetidamente en el transcurso de la práctica, deben ser vistos como otro estado mental que puede ser incluido como objeto de atención. Cuando la mente se ve asaltada por la pereza, se disipan la claridad y la vigilancia y la mente se oscurece y se torna intratable. Así pues, cuando estas energías nos sobrepasan, acaban convirtiéndose en un serio obstáculo para la práctica.
La Inquietud
La inquietud será el último obstáculo que trataremos. Ésta implica agitación, nerviosismo, ansiedad y preocupación. En este caso, la mente parece dar vueltas sobre sí misma, se retuerce como un pez fuera del agua y el cuerpo se ve asaltado por una sensación de desazón, agitación, nerviosismo e irritación. A veces, cuando tratamos de sentarnos a meditar, la mente insiste en seguir dando vueltas una y otra vez en torno a las mismas rutinas. Sin embargo, no importa cuánto nos preocupemos o nos inquietemos al respecto ya que este tipo de agitación no puede servirnos de ninguna ayuda. Nuestra mente se limita a permanecer cautiva en el recuerdo y el remordimiento y a prolongar durante horas las mismas historias. Cuando la mente está inquieta y salta de un objeto a otro, nuestra concentración se disipa y resulta difícil, sentarse en completa quietud.
Trabajando los Obstáculos
A lo largo de la práctica, estos cinco obstáculos nos asaltan una y otra vez. Es extraordinariamente importante aprender a trabajar con ellos desde el mismo momento en que aparecen puesto que, cuando somos capaces de hacerlo, los obstáculos se convierten en preciosas oportunidades para fortalecer, clarificar y profundizar en nuestra atención y en nuestra comprensión. Este aspecto lo trataremos en la siguiente entrega.
Gracias por vuestra atención. Espero poder ayudaros con estos escritos a vivir con más dignidad y paz.
También podéis encontrarnos en Jaén, nuestro equipo de Psicólogos en Jaén y yo, estaremos encantados de atenderos.